Hola, Lupita:
Mi pregunta concreta es: ¿Por qué no puedo volver a tener un compañero sin alejarme de los Sacramentos? ¿Por qué no volver a enamorarme? Eso es lo único que siempre le he pedido a Dios: un hombre bueno con quién compartir mi vida; por no escoger bien me quede sola. Sé que Dios está conmigo, y lucho por aceptar su plan de salvación para mí; pero esto no me deja sentirme escuchada ni amada por Él. Yo sólo quería una familia con papá y mamá juntos en casa, y un compañero con el cual caminar.
Genoveva
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Querida Genoveva:
¿Qué elegirías: unos años a gusto aquí en la Tierra o una eternidad de plena felicidad en el Cielo? Tu sueño lo compartimos muchísimas mujeres: encontrar a un hombre para amarlo y fundar una familia unida a su lado. Esto, que parece una verdadera utopía en el mundo post-moderno, es el Plan de Dios para la Humanidad. Nos hizo para los demás, para vivir esta vida como peregrinos que caminan juntos al Cielo en el amor, el servicio y la unidad.
Pero, habiendo olvidado a Dios, el hombre se entrega a sus pasiones buscando placeres, sin pensar a futuro. Es imperante que reflexionemos acerca del sentido de nuestras vidas y empezar a actuar en consecuencia.
Tu vida es un ejemplo claro de este vacío existencial que experimentamos: vienes de un hogar disfuncional; tu padre nunca les enseñó, ni a ti ni a tus hermanas, el valor extraordinario de ustedes como mujeres. Después, inicias una relación con un hombre casado (sin importar Dios y sus principios, sino sólo importa lo que “yo quiero”). Por fortuna, recapacitas y eliges servir al Señor y no a tu gusto. Lo dejas. Enseguida te enamoras de un hombre menor que tú por tres años y te embarazas (otra vez sin importar la Voluntad de Dios, que pide castidad; interesa lo que “yo quiero”). Por gracia, buscas a tu Padre del Cielo y decides casarte por la Iglesia. La relación dura siete años y él se va con otra mujer. Te deja sola con tres hijos (no interesa lo que Dios quiere sino sólo lo que “yo quiero”).
Nuevamente buscas a Dios. Estás levantándote y luchando por hacer lo que Él te pide. Das catecismo, eres ejemplar, te has acercado a los Sacramentos y a la Oración. Pero aparece otra vez la tentación: “Haz lo que quieres, no lo que Dios quiere”.
Aclaro, desde luego, que si tu matrimonio fue inválido, puedes obtener la anulación y buscar “re-hacer” tu vida, de cara a Dios. Pero esto únicamente se verifica en el Tribunal Eclesiástico. El experto te dirá si hubo validez del Sacramento. Habiendo nulidad, te abres a una nueva relación. Pero, sin ella, te abres a un camino de santidad.
Santa Genoveva, cuyo nombre significa “aquella que es blanca como la espuma del mar”, vivió en tiempos en que Atila aterrorizaba a los pueblos llevando a los hunos a invadirlos violentamente. Cuando todos quisieron huir, Genoveva les pidió que se quedaran y oraran, con la certeza de que nada les pasará. Ella salvó a París con su oración, pues Atila nunca llegó. Además, logró la conversión de Clodoveo I, y posteriormente la de toda Francia.
En nuestros tiempos, el heroísmo que Dios nos pide es de otro tipo. Fidelidad. Nos pide defender el matrimonio fiel, exclusivo e indisoluble. Tu testimonio se convertirá en motivación para otros: siempre hemos de elegir hacer lo que Dios quiere y no lo que nosotros queremos. Solo así nos garantizamos una vida plena y un camino llano al Cielo. Tal vez no formaste el hogar que soñabas porque nadie te enseñó a apreciar el Cielo. Enseña a tus hijos a valorar el matrimonio en Cristo.
¡Enséñales a amar!
Lupita Venegas
Psicóloga





